Opinión

El último libro de Piketty: la reivindicación del socialismo participativo

Acaba de aparecer en Francia el último libro de Thomas Piketty, Capital et idéologie. Su publicación en otros idiomas se anuncia para la primera mitad del próximo año. El nuevo libro del autor de El capital en el siglo XXI constituye un esfuerzo por analizar cómo, a lo largo de la historia, se ha justificado la desigualdad y es un llamado de atención respecto del crecimiento inédito que ella ha experimentado en las últimas décadas. Alerta respecto de que si no se transforma profundamente el sistema económico para hacerlo menos desigual, más equitativo tanto entre países como al interior de ellos, el “populismo” xenófobo y su posible éxito electoral futuro podrían detonar rápidamente  la destrucción de la globalización hipercapitalista y digital del período 1990-2020.

El objeto del libro es el análisis de la historia y el devenir de los regímenes desiguales para comprender mejor las transformaciones en curso, desde una perspectiva transnacional. Según el autor, la principal conclusión es que no es la sacralización de la propiedad, ni de la estabilidad y la desigualdad lo que ha permitido el desarrollo económico y humano, sino el combate por la igualdad y la educación. Sostiene que la narrativa de la hiperdesigualdad que se impuso después de los años 1980-1990 fue producto del desastre comunista y de la ignorancia y de la división de los saberes, todo lo cual ha contribuido a alimentar el fatalismo y las corrientes identitarias actuales.

Reivindica un nuevo socialismo participativo para el siglo XXI, esto es, un horizonte igualitario de dimensión universal, una nueva ideología de la igualdad, de la propiedad social, de la educación y de la distribución de los conocimientos y los poderes. Se trata de un enfoque más optimista respecto de la naturaleza humana, y también más preciso y convincente que las narrativas anteriores, porque está anclado más sólidamente en las lecciones de la historia global.

Los elementos fundamentales del enfoque

El autor propone una noción propia de ideología. La define como un  conjunto de ideas y de discursos, plausibles, destinados a describir cómo se debe estructurar la sociedad. La ideología incluye dimensiones sociales, económicas y políticas e intenta responder un amplio conjunto de preguntas sobre la organización deseable o ideal de la sociedad. Ninguna ideología obtiene el apoyo pleno de todos; por el contrario, el conflicto y el desacuerdo ideológico le son inherentes.

Incluye la cuestión del régimen político, esto es, el conjunto de reglas que describen los contornos de la comunidad y su territorio, los mecanismos de toma de decisiones colectivas, los derechos políticos de sus miembros, las formas de participación política, los roles de los ciudadanos, de los extranjeros, de los distintos cargos políticos de los partidos etc.

Trata también la cuestión de la propiedad, esto es, el conjunto de reglas que describen las formas posibles de propiedad, así como los procedimientos legales y las prácticas que definen y encuadran las relaciones de propiedad. Estas reglas derivan de teorías de la desigualdad social y las disparidades entre los diferentes grupos sociales e implican dispositivos intelectuales e institucionales, en particular el régimen educativo y un régimen fiscal. Una tesis central es que la cuestión del régimen político y el de propiedad, es decir, la cuestión del poder sobre los individuos y aquella del poder sobre las cosas, están ligadas de forma inmediata.

El análisis del devenir histórico lleva al autor a distinguir “sociedades ternarias” (separadas en 3 clases funcionales, una clerical, una noble-guerrera y una plebeya y trabajadora) y sociedades propietarias que separan estrictamente la cuestión de la propiedad reputada como universal y abierta a todos y el poder soberano (desde entonces, monopolio del Estado centralizado). Para el análisis, el autor propone la noción de “régimen desigual”, que engloba el régimen político y de propiedad y permite percibir la coherencia.

El punto de partida de Piketty es radical: la desigualdad no es económica ni tecnológica, es ideológica y política. Conceptos tales como mercados, competencia, ganancias, extranjeros, etc., son construcciones sociales e históricas que dependen del sistema legal, fiscal, educativo y político y remiten a las representaciones que cada sociedad se hace de la justicia social y de la economía justa y a las relaciones de fuerza políticas e ideológicas de los diferentes grupos y discursos.

Esas relaciones de fuerza no son solo materiales, son sobre todo intelectuales e ideológicas y ponen en cuestión el presunto fundamento natural de la desigualdad. El enfoque se diferencia también del marxista, en que la estructura determinaría casi mecánicamente la ‘superestructura’ ideológica de una sociedad. Para el autor, existe por el contrario una verdadera autonomía de la esfera de las ideas, vale decir, de la esfera ideológica y política. En todos los niveles de desarrollo existen múltiples formas de estructurar un sistema económico, social y político.

El problema que enfrenta el mundo es que, si bien ha habido progresos, hay un fuerte aumento de la desigualdad en todos los países, excepto en aquellos que no han cesado de ser altamente desiguales (v. p. 50). Un elemento interesante que muestra el libro es que las desigualdades disminuyeron entre la parte inferior y la mitad de la distribución global del ingreso, y aumentaron entre la mitad y la parte superior de la distribución (p. 54).

A nivel mundial, el 50% de los ingresos más bajos han experimentado un aumento de su poder adquisitivo de entre 60% y 120%; los ingresos de los percentiles entre el 60 y 90 de la distribución (que se pueden asimilar a las llamadas clases medias) han permanecido olvidados mientras que los del 1%, 0,1% y 0,01% se han beneficiado de un crecimiento de varias centenas de porcentaje. Entre estos super ricos el autor encuentra oligarcas rusos, magnates mexicanos, multimillonarios chinos, propietarios saudíes, fortunas estadounidenses, industriales indios y portafolios europeos. Constata también, el análisis, que el período de mayor crecimiento económico de los países desarrollados y de avances hacia una menor desigualdad coincide con las mayores tasas de impuesto a la renta (p. 62).

Las sociedades socialdemócratas y la comunistas y poscomunistas

En las primeras dos partes del extenso libro, Piketty analiza la evolución de las “sociedades trifuncionales” para luego en la tercera parte abordar las grandes transformaciones del siglo XX.

Analiza primero la crisis de las sociedades propietarias en el período entre 1914-1945. Hacia el año final indicado, el autor constata que la propiedad privada ha desaparecido en el sistema comunista, ha perdido su influencia en las sociedades “nominalmente” capitalistas de Europa, que en realidad han pasado a ser sociedades socialdemócratas caracterizadas de forma variable por la nacionalización de numerosas empresas, la creación de sistemas públicos de salud y educación, impuestos fuertemente progresivos sobre los altos ingresos y el patrimonio.

Asociado a todo esto, tiene lugar una fuerte caída de la desigualdad. Clave en esta evolución es el rol central que juega la “invención de la progresividad fiscal de gran alcance en el curso de la primera mitad del siglo XX con tasas superiores al 70%  y 80% sobre los altos ingresos y el patrimonio” (pp. 547-548).

Las condiciones políticas que hicieron posible este gran avance de la igualdad fueron las luchas políticas, la transformaciones profundas y durables  de las percepciones sociales respecto de la propiedad privada, de su legitimidad y la crítica de que el capitalismo pudiese efectivamente aportar a la prosperidad y a proteger a la humanidad de las crisis y las guerras. En suma, una puesta en cuestión global del capitalismo (p. 548). Piketty denomina sociedades socialdemócratas al conjunto de las prácticas políticas e institucionales orientadas a encuadrar socialmente el sistema de propiedad privada y el capitalismo. Estas sociedades se caracterizan por una fuerte reducción de la desigualdad y muestran una gran diversidad, siendo el caso sueco el paradigma principal.

No obstante, la experiencia socialdemócrata no logra sus objetivos plenamente. Entre las causas de ello, Piketty destaca el que las instituciones socialdemócratas, esto es, el sistema legal, el sistema de seguridad social, el sistema educativo y el sistema fiscal se establecieron bajo el signo de la urgencia luego de la Segunda Guerra Mundial y no alcanzaron a pensarse como un todo coherente.

Los sistemas socialdemócratas se apoyaron, además, solo en las propias experiencias, sin mayor consideración de los aprendizajes desarrollados en otros países. En lo referido al sistema de propiedad, para equilibrar el poder que emana de la propiedad privada habría sido necesario avanzar más en la propiedad pública o estatal, en la propiedad social (que se traduce en la participación de los asalariados en la dirección de las empresas y en la propiedad de las acciones y la propiedad temporaria donde los propietarios más afortunados entregan una parte de lo que poseen a la sociedad, por ejemplo, a través de un impuesto progresivo (p. 641).

Todo esto no se logró en la experiencia socialdemócrata, por lo que no fue posible enfrentar el regreso formidable de la desigualdad sobre los hombros de la contrarrevolución neoliberal. El autor realiza un análisis pormenorizado de los problemas que enfrentaron las diferentes sociedades socialdemócratas y que permitieron la imposición del “hipercapitalismo”, una sociedad entre la modernidad y lo arcaico.

Para Piketty la experiencia comunista soviética constituye un fracaso dramático que puso un difícil hándicap a todo esfuerzo por pensar la superación del capitalismo. Más aún, esa experiencia constituye uno de los principales factores político-ideológicos que explican el aumento mundial de las desigualdades después de los años 80. Múltiples son las causas que explican este fracaso.

Es cierto, sostiene el autor, que se eliminó la propiedad privada de los grandes complejos industriales, pero no existían respuestas claras respecto de cómo serían organizadas las relaciones de propiedad y producción; qué harían las pequeñas unidades de producción del comercio, el transporte y la agricultura; y por cuáles mecanismos serían tomadas las decisiones y cómo se repartirían las riquezas en el seno del gigantesco sistema de planificación del Estado.

Sin respuestas claras se produce un repliegue hacia la hiperpersonalización del poder y frente al fracaso se cae en la ideología de la traición y el complot capitalista. La búsqueda de una alternativa al capitalismo hubiese requerido aceptar la deliberación, la descentralización, el compromiso y la experimentación. Como en relación con la experiencia socialdemócrata, el libro revisa en detalle las distintas dimensiones históricas, poniendo especial atención en las experiencias china y soviética.

Los avances insuficientes de la sociedad socialdemócrata y el fracaso del comunismo abrieron la posibilidad del desarrollo de regímenes desiguales extremos insertos en un proceso de mundialización la economía y crecientemente conectado políticamente. Es así como la participación del decil más rico del ingreso nacional alcanza en el 2018 un 34% en Europa, un 41% en China, un 46% en Rusia, un 48% en EE.UU., un 55% en la India, un 56% en Brasil, un 64% en el Medio Oriente, un 65% en África del Sur y un 68% en Qatar.

Asociado a lo anterior, surgen amenazas contra la democracia y el medio ambiente. En relación con lo primero, la desigualdad económica se proyecta en la creciente desigualdad política. Respecto de lo segundo, la superación de calentamiento global hace necesarias transformaciones sustanciales de las formas de vida que, para que sean viables, es indispensable que los costos sean distribuidos de la forma más justa posible.

En la cuarta parte, que lleva como título “Repensar las dimensiones del conflicto político”, Piketty busca analizar cómo la estructura clasista de los clivajes político y electorales se ha transformado radicalmente entre la edad socialdemócrata de los años 1950 a 1980 respecto de la correspondiente, de lo que el autor llama la mundialización hipercapitalista, del período 1990-2020.

Llama la atención la afirmación, compartida por muchos estudiosos de los partidos, de que los antiguos partidos socialdemócratas, socialistas y comunistas en que se reconocían las clases populares, están compuestos hoy por personas con estudios superiores y altos ingresos y patrimonios. En este contexto es que aparece la idea del fracaso de la coalición socialdemócrata para renovar su plataforma programática y su propuesta de reconstrucción de una nueva alianza de las clases populares.

Llama la atención la afirmación, compartida por muchos estudiosos de los partidos, de que los antiguos partidos socialdemócratas, socialistas y comunistas en que se reconocían las clases populares, están compuestos hoy por personas con estudios superiores y altos ingresos y patrimonios. En este contexto es que aparece la idea del fracaso de la coalición socialdemócrata para renovar su plataforma programática y su propuesta de reconstrucción de una nueva alianza de las clases populares.

El horizonte utópico: no un poscapitalismo genérico, sino un socialismo participativo

Piketty se levanta contra la idea del fin de la historia, de la idea de que no hay otro futuro que la sociedad capitalista graficada en la noción de que es más fácil que se termine el mundo a que se supere el capitalismo. Sobre la base de las experiencias históricas disponibles, se declara convencido de que es posible superar el sistema capitalista actual y delinear los contornos de un nuevo socialismo participativo para el siglo XXI, construido sobre una nueva perspectiva igualitaria de dimensión universal, fundada sobre la propiedad social, la educación y la redistribución de los saberes y los poderes.

Ello requiere desarrollar nuevas formas de propiedad social, de la distribución de los derechos de voto y de la participación en la toma de decisiones en las empresas. Demanda también reemplazar la noción de propiedad privada “permanente” por aquella de “temporal” a través de un impuesto fuertemente progresivo sobre las propiedades importantes, de manera de permitir financiar una dotación universal de capital y de organizar la circulación permanente de los bienes y la fortuna.

Componente de esta propuesta es también lo que denomina la “justicia educativa”, el esfuerzo por repensar la cuestión democrática, la organización actual de la economía mundial en la perspectiva de un sistema democrático trasnacional, fundado sobre la base de la justicia social, fiscal y climática.

En materias de perfeccionamiento de la democracia, Piketty llama a enfrentar la influencia del dinero en la política, la necesidad de generar medios de comunicación sin fines de lucro, de manera de hacerlos independientes del poder financiero. En ese contexto propone avanzar hacia una democracia participativa e igualitaria, donde el “bono para la igualdad democrática” juega un papel central.

Una primera evaluación del libro

El capital en el siglo XXI mostró la inmensa base estadística sobre la cual se montaba el análisis de Piketty del capitalismo moderno. Un aporte fundamental de Capital et idéologie es la reivindicación del socialismo como producto de una relectura de la experiencia histórica de la humanidad. No se trata de una cuestión menor. El autor pone en cuestión ideas que se habían asentado incluso entre los intelectuales de izquierda, en particular la cuasiconvicción de que el respecto ilimitado de la propiedad privada es condición del desarrollo. Por el contrario, reivindica como motor de la historia las luchas contra la desigualdad y por la justicia. Más aún, en convergencia con autores como Stiglitz, (en su libro People, Power and Profits) y Shoshana Zuboff (con su obra The Age of Surveillance Capitalism), Piketty considera la desigualdad como una amenaza a la democracia y el desarrollo económico.

Un aporte importante del libro es el análisis de las sociedades llamadas socialdemócratas, el impacto del fracaso del comunismo en la fuerza con que surge el neoliberalismo campeón de la defensa de la desigualdad moderna y de lo que el autor llama el hipercapitalismo actual en el que confluye una cierta modernidad con visiones arcaicas, como son el repliegue identitario, el tratamiento de la migración, la actitud frente al cambio climático y el resurgimiento abierto del racismo.

Se trata de un libro que generará polémicas. Desde la derecha política hasta la academia del “mainstream” se cuestionará la puesta en duda de los derechos absolutos de propiedad como cruciales para el crecimiento económico, la apuesta en favor de la reinstauración de fuertes impuestos progresivos, el relanzamiento de las proposiciones para que los trabajadores participen de la propiedad y en los directorios de las empresas. Desde el mundo  marxista, se cuestionará la concepción del capitalismo (por ejemplo, respecto de que la sociedad socialdemócrata es solo nominalmente capitalista) y probablemente la crítica radical del comunismo y el duro efecto que tuvo sobre el prestigio de la lucha por una sociedad más igualitaria.

Probablemente, desde mi punto de vista, el ámbito más cuestionable es que el libro no logra un adecuado diálogo con las otras ciencias sociales, pese a que critica la “autonomización del saber económico” (p. 1317). Subyace la idea de que abordar temas ajenos a la economía, como son la ideología, la democracia, la justicia, la propia conceptualización de la desigualdad (tratado básicamente como un problema de ingresos), la interacción entre estos diferentes ámbitos de la sociedad moderna son temas que se pueden tratar sin analizar los avances que las otras disciplinas han logrado. Probablemente, el análisis se hubiese visto muy enriquecido con un mayor conocimiento de la extensa bibliografía sobre variedades del capitalismo y los grandes debates sobre el comunismo soviético.

El involucramiento con el pasado dificulta al autor pensar las transformaciones que el neoliberalismo y las innovaciones tecnológicas han introducido en las sociedades capitalistas y socialdemócratas. El estudio de cómo empresas como Google, Facebook, Amazon, por mencionar solo las principales, están transformando la vida económica, es indispensable para diseñar el horizonte utópico. Claro que se puede aducir que, para abordar todos estos temas, hasta las 1324 páginas se hacen pocas.

Contenido publicado en El Mostrador.

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