Opinión

Aprender a vivir en un mundo con drogas

El Presidente Sebastián Piñera comunicó en cadena nacional el programa Elige Vivir Sin Drogas. Decidió importar desde Islandia un programa de prevención para niños y jóvenes basado en el diálogo y el fortalecimiento de las redes de apoyo, como también anunciarlo como si se tratara de una declaración de guerra “por cielo, mar y tierra”. Lo hizo, usando el mismo estilo al que recurrieron los ex presidentes norteamericanos Nixon y Reagan, en el marco de sus fracasados combates contra las drogas.

Para empezar, el Elige Vivir Sin Drogas cuenta con un anecdótico presupuesto de 500 millones de pesos para el primer año. Con este programa, el Gobierno espera realizar lo que el Senda –con un presupuesto anual de 68 mil millones– no ha podido hacer en años: reducir el consumo de drogas entre niños y adolescentes. Si el Elige Vivir Sin Drogas lo aplicáramos solo a los 360 mil niños que están excluidos del sistema escolar, el gasto anual por cada uno sería de $1.300 pesos y, si hacemos el cálculo sobre la base de los menores de edad que viven en las comunas seleccionadas, hablamos de un gasto de $250 pesos por niño al año. Esta es una efectiva y barata estrategia comunicacional, parte de una saga de proyectos populistas como Aula Segura y el control preventivo de identidad a menores.

Pero el problema no pasa solo por su simbólico presupuesto, sino por otros elementos de fondo.

Lo primero es que, lamentablemente, los niños, al menos en Chile, no pueden “elegir” vivir sin drogas. Las drogas, legales o ilegales, están presentes en prácticamente todas las realidades, entornos y espacios. Es más, esta presencia se agudiza cuando hablamos de la clase media y los sectores más vulnerables. Un mundo libre de drogas es una utopía que ha dado pie a un sinnúmero de políticas populistas y efectistas que, incluso, en realidades como la nuestra, han contribuido a aumentar y diversificar el uso de drogas entre escolares y jóvenes.

Lo segundo es que Elige Vivir Sin Drogas se fundamenta en Planet Youth, un programa que se basa en la familia, la escuela y los tiempos de ocio. La realidad chilena es diferente a la de Islandia o los 21 países europeos donde este se ha implementado. Las familias de clase media y las más vulnerables no cuentan con el mismo recurso tiempo con que cuentan las familias europeas. No olvidemos que gran parte de la clase trabajadora en nuestro país tiene serias limitaciones para convivir con sus hijos, millones de padres salen de sus casas sin luz de día y vuelven cuando es noche. Si bien la familia es tremendamente importante, esperar que esta funcione como un pilar de apoyo central en el éxito de este programa, es otra utopía.

Tercero, la prevención basada en el negacionismo y el miedo no funciona. Por años los gobiernos han caricaturizado el consumo de drogas en absurdas campañas e, incluso, han dependido de las charlas dadas por nuestras policías en escuelas, esperando que el miedo y respeto por el uniforme se transforme en un desincentivo para consumir. Sin ir más lejos, fue con este mismo discurso combativo que el Presidente Piñera anunció el programa en cadena nacional

En consecuencia, nuestros niños y adolescentes han perdido la confianza en las campañas educativas, la prevención y por sobre todo en el mundo adulto. El discurso de abstinencia absoluta impide que los adultos tengan algo que decir a los jóvenes, ampliando todavía más la brecha. Esta es, además, la razón principal en la baja percepción de riesgo (21%) que muestran los escolares frente al consumo de cannabis.

La educación y prevención que nuestros niños y adolescentes necesitan, debe ayudar a empoderarlos para que aprendan a vivir y convivir en un mundo donde sí hay drogas. Esto parte por reformular la obsesión prohibitiva del Senda, reformar la prevención y educación para que se base en la evidencia, la reducción de daños, distinguiendo claramente entre uso y abuso.

Posteriormente, el Gobierno debe destinar mayores recursos a prevención y no solo a las consecuencias, porque estamos llegando tarde. Hoy, todos los programas de educación y prevención del Senda juntos, equivalen solo al 28% de lo que se gasta en tratamiento y rehabilitación.

Efectivamente, la situación que enfrentamos respecto al uso de drogas por parte niños y adolescentes, junto con el narcotráfico, son problemas graves. Para enfrentarlos se necesitan políticas serias de Estado, basadas en la salud, la ciencia y los Derechos Humanos y no campañas fugaces, panfletarias y efectistas, imitando lo peor de las ideologías norteamericanas de los 80, disfrazándolas de estrategias modernas y supuestamente exitosas.

Muchas organizaciones y actores de la sociedad civil estamos disponibles a hacernos parte de este desafío que puede ser liderado por el Presidente Piñera, pero, para que eso suceda, el Gobierno debe dejar de hacer lo mismo. Si el país continúa con políticas que no consideren la educación basada en la evidencia y sigue sin reconocer que las lógicas de abstinencia y prohibición han fracasado, es bastante difícil cambiar el rumbo. El uso de drogas entre niños y jóvenes seguirá aumentando.

Contenido publicado en El Mostrador.

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